jueves, 9 de marzo de 2017

8 de marzo, la anécdota del resbalín de plástico.

Ya sé que el día de la mujer fue ayer, pero ayer también el internet en mi casa estaba horrible, así que incluso sin estar segura de si publicar o no esto en el blog, me esperé hasta hoy para hacerlo. 
De hecho, no hay mucho que decir sobre lo que hay después del "leer más", no quise dar un discurso, ni darmelas de intelectual, simplemente quise manifestarme un poco como lo que soy. Y para eso se me ocurrió escribir un pequeño relato. 
Un pequeño relato que tiene mucha ficción y mucha verdad, un pequeño relato que a mí no pasó, o a lo mejor sí, un pequeño relato que creo no sirve mucho para reflexionar, o en una de esas a lo mejor logra que alguien lo haga... un pequeño relato que expresa un poco lo que opino, de manera muy superficial y que para nada abarca todo lo que sucede en el mundo, pero que sirve para dar un pequeño paso.
Además, no sé si realmente a alguien le interese leerlo, pues no es la temática del blog... pero aquí la descripción lo dice: "Siempre que algo me llama la atención me gusta compartirlo en mi blog"... así que aquí vamos.
(En serio me costó mucho compartir esto, así que a tal vez desaparece de internet en unos días más...).
Hermosa ilustración de Sara Fratini (@Sarafratini)
La anécdota del resbalín de plástico.

Para tener 17 años, jamás me había considerado una persona que alguna fue víctima del machismo, ni del patriarcado. Incluso tomando en cuenta  de que me he encontrado toda mi vida escuchando sobre él en las noticias o leyendo testimonios del mismo por todo internet. Aquella palabra jamás había logrado que yo me sintiera como una de sus víctimas, y por ende jamás le había tomado tanta importancia. Mas, no me malinterpreten, porque aquello nunca significó que no me mantuviera informada de cómo influía en el mundo porque, a pesar de no sentirme identificada, tampoco quería que llegara el momento de sí hacerlo. Y a pesar de que mi posición frente a él era más que nada “al margen”, sí que tenía claras algunas cosas en relación a esa palabra, y las resumo en que no me gustaba para nada. Simplemente no me gustaba. Porque no me gustaba saber que esa palabra significara que por ser mujer no pudiera hacer algunas cosas, y no me gustaba sentir  que por esa misma palabra los hombres no pudieran hacer otras.
Así que, sin jamás tampoco considerarme una feminista (tal vez porque tampoco me gusta esa palabra, no lo sé… quién sabe), siempre creí mantener mi postura firme, pero ajena, frente al machismo. Hasta que un día, de pura ociosa, recordando cosas tontas de cuando era más chica, me di cuenta de que nadie es realmente indiferente al machismo. Nadie.

Y, cuando me di cuenta de que hasta yo he sido parte de eso, mi postura dejó de ser tan ajena. Y se sintió mal. Se sintió extraño.

Para la época de la que les hablo, no debía tener más de nueve años. Ese día en especifico había estado toda la tarde en esas actividades que se hacen en navidad para los hijos de los trabajadores, y después de haber saltado con mi hermana en todos los trampolines que llevaron al evento, me dieron ganas de jugar en uno de esos juegos inflables, esos que son como un resbalín, pero mucho más grandes y para subir hay que escalar.

Para ser honesta, en estos momentos no puedo creer que me haya animado tan rápido para ir a jugar sola, porque desde que puedo recordarme a mí misma, toda la vida he sido muy vergonzosa. Me daba vergüenza bailar en los cumpleaños, me daba vergüenza jugar con mucha gente, me daba vergüenza correr en el recreo… pero ese día, ahogada en el entusiasmo de seguir jugando, fui al juego, me quité los zapatos y sin pensar en la vergüenza, me subí con la intención de continuar pasándola bien. Quería empezar a escalar cuando me di cuenta de que en la parte más alta estaban sentados un montón de niños, que –destaco- ni siquiera estaban jugando, de hecho, no hacían nada más que estar sentados allí. Y cuando yo llegué, me miraron para  abajo y dijeron: “Ella, no se puede subir porque es niña”.
¿Y qué pasó? Toda esa vergüenza en la que no pensé antes de subir al juego me pegó de golpe, porque, obvio, cómo se me ocurría subirme a un juego donde sólo jugaban los niñitos.
Así que sin refutarles nada, me bajé, y me puse mis zapatos.
El joven que estaba al lado, y era el encargado del resbalín, me preguntó por qué me salí tan rápido, qué si estaba fome el juego, qué si me daba miedo, qué si se me olvidó algo, etcétera, etcétera. Y yo le respondí, de la manera más natural: “Dicen que no puedo jugar porque soy niña”. Y me fui.
Me acuerdo que el joven puso cara rara y entró al juego, a lo mejor los fue a retar o no sé, ni me importa, para entonces yo ya me había ido a jugar a un trampolín de nuevo o a tomar un helado, o a escuchar el show que tenían al otro lado, tampoco me importa qué fue lo que fui a hacer.
Lo único que me importa, o más bien simplemente me llama la atención, es que cuando esos niños me echaron de su juego, por ser niña, no hice nada. Y lo asumí. Y me fui.

Yo creo que ahora mismo me estaría molestado menos que me hubieran echado por ser alta, o por usar lentes, a lo mejor por estás chascona. ¿Pero por ser mujer?
Ese jueguito ni siquiera era “““masculino””” (con esas y más comillas a proposito) como para que no pudiera jugar en él, y aunque así hubiera sido (de hecho, sobretodo si así hubiera sido), me habría encantado tener en ese momento la personalidad que tengo ahora como para subir a donde estaban ellos y dejarles en claros que yo lo único que quería era jugar, y que lo iba a hacer igual.
Pero no lo hice.
Porque qué miedo los niños, porque cómo ibamos a jugar mujeres y hombres, porque eso se suponía que era normal.

Y ahora me pregunto, ¿Pensarán esos niños que me echaron de su juego de la misma manera hoy en día?, ¿Habrán echado a otras niñas del inflable después o antes de que yo me fuera? ¿Seguirán segregando a las mujeres por el simple hecho de serlo?
Ojalá que no.
Porque de no ser así, creo que ya puedo imaginar quienes son algunos de esos que andan gritando “Feminazis” en las marchas por la equidad, quienes son algunos de esos que creen que los técnicos mixtos son de mentira, que creen las mujeres no pueden ser mecánicas, o que los hombres no pueden coser ropa.
Y eso por dar ejemplos súper superficiales, porque el machismo afecta a todos, irónicamente, como si se esforzara en hacerlo de manera equitativa.

Al día de hoy, la palabra machismo sigue sin gustarme, y sin ser feminista (por lo motivos que sea), creo absolutamente en la equidad de género, y estoy totalmente convencida de que las niñas y los niños podemos jugar en los mismos juegos, sean casas de princesas, cocinas, barcos, autos de plástico, o resbalines inflables.

4 comentarios:

  1. Hola linda!
    Wow de alguna manera te entiendo! Recuerdo vagamente haber pasado por algo similar (hablando netamente del machismo) y haber decidido marcharme sin decir nada.
    Me ha encantado tu post ya que de alguna manera da las fuerzas para no quedarnos calladas a la hora que puedan decirnos que "no podemos hacer tal cosa porque es solo para hombres" Comparto totalmente tu opinión, niños y niñas, hombres y mujeres podemos hacer lo mismo si así nos lo proponemos.


    Besotes <3


    http://carmillefanu.blogspot.cl/

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    1. Hola! muchas gracias por tu comentario<3 y me alegra no saber que, abosulamente, no soy la única que piensa así y que de hecho somo muchím@s! :-)<3
      Besos!<3

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  2. siempre existirá gente que le interesen tus temas, no te frenes por pensar que no les gustará al mundo <3 Si bien te entiendo, no me ha pasado alguna anécdota de ese estilo, peor me alegra que hayas compartido esto porque mas de alguna chica comparte las mismas o similares situaciones,y bueno, a seguir adelante hasta que el mundo vea que el "sexo débil" es realmente el más fuerte. Cariños <3 http://berriespie.blogspot.cl/#_=_

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    1. ¡Hola! muchas gracias<3 la verdad no estaba para nada segura de sí publicar o no ésta entrada, pero ahora estoy bastante contenta de haberlo hecho<3, y tú lo has dicho, a seguir adelante :-)
      Muchos cariños<3!!

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